LA LUZ ES MÁS ANTIGUA QUE EL AMOR

7 de octubre de 2016 Después de leer otro libro de Ricardo Menéndez Salmón he de decir que estoy abrumada por tanta sabiduría y ...


7 de octubre de 2016


Después de leer otro libro de Ricardo Menéndez Salmón he de decir que estoy abrumada por tanta sabiduría y cuidado del estilo. Ambos rasgos son los que le hacen ser uno de los escritores más destacados del momento. Algo innato en él que hace que su redacción sea inteligente y cuidada.

De esta novela me sorprende cómo “engaña” al lector mezclando hechos reales con ficticios y utilizando nombres y datos históricos para asignar a otros imaginarios. Como cuando habla del “Círculo Tatlin”, pues todos recordamos la estructura metálica de aquel edificio inconcluso, aunque se refiera a un grupo de artistas vanguardistas de finales de los 60.

No hay opción, el lector lee y cree lo que cuenta, aunque sea por asimilación o correspondencia. Quizás porque lo que más importa no son los datos, sino los conceptos de los que nos habla: la Belleza, lo Convencional, lo Extraordinario, el Bien o el Mal, el Horror, …

En La luz es más antigua que el amor Ricardo Menéndez pretende contarnos lo que siente y expresa el ser humano más allá de lo establecido y lo social. Para ello y en boca de un futuro Nobel de Literatura nos narra lo más excepcional de tres pintores incomprendidos por las masas.

Adriano de Robertis, pintor del medievo, rechazado por querer pintar “la vida tal y como sucede” en el castillo de Sansepolcro, en la Toscana.

Mark Rothko “pintor de la nada” y el color en el siglo XX. Fue autor, entre otras obras vanguardistas, de la “Capilla Rothko”, en Houston.

Vsévolod Semiasin, pintor, también del siglo XX, que fue capaz de mostrar “lo que puede un cuerpo”. Capaz de pintar con restos humanos y materia orgánica. Capaz de ingerir sus propios lienzos para formar parte de la obra.


Sin embargo, lo excepcional de la obra no son sólo estas historias perfectamente dibujadas, sino cómo las intercala con los tres momentos más importantes de la vida del narrador, Bocanegra, premio Nobel en 2040: Su despertar literario (semilla), la muerte de la mujer de la que verdaderamente estaba enamorado (todo) y el discurso de su premio (Suecia).

Esta disposición del contenido es clave, porque gracias a esta estructura la historia se hace más interesante y el lector puede ir hilvanando todas las partes para entender mejor el discurso final de Bocanegra. Un discurso precioso que pone el broche final y hace más especial esta novela. No es fácil finalizar una obra y conseguir que sea sublime. Ricardo Menéndez sí lo ha conseguido.

Y para ello, también ha utilizado algún elemento de unión entre todas las partes, como la atracción que todos los personajes sienten por el precioso castillo de Sansepolcro o el misterio que esconde la pared de la Torre del Homenaje. Aunque a mí me ha cautivado más el descubrir que la rebeldía, el inconformismo, la búsqueda del arte por el arte sobre cualquier convencionalismo siempre ha estado por encima de lo material o el dinero. Y esta enseñanza es la primera del libro, con ella empieza la historia y cautiva al lector.

Ricardo Menéndez Salmón se autodefine como “dueño de lo que callo y dueño de lo que escribo” y verdaderamente, en sus libros lees lo que escribe y lo que calla, porque como él dice: “imagino y planteo posibilidades”. Y es en esas posibilidades donde el lector encuentra un torrente de sabiduría para aprender de varias artes a la vez, con un estilo cuidado y perfecto.

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